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Ciencias


HOUSTON, NO ESTAMOS SOLOS

Escrito por Martín Sacristán

Vista del complejo de Robledo de Chavela (Madrid), y su antena de setenta
metros. Fotografía: Malopez 21 (CC BY-SA 4.0).

Ocurría cada mañana. Más de cien coches partían de la capital del país en
dirección a la sierra, y a medida que se encontraban y reconocían pisaban el
acelerador para competir por llegar los primeros. Los estadounidenses al volante
de sus Peugeot, los españoles con vehículos SEAT, tratando de demostrar su
superioridad. Ambos habían entendido que se trataba de ganar una carrera. Pero
parecían haber olvidado el apellido que la acompañaba, espacial.

La carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética para obtener la
supremacía en el espacio también se libró en nuestro país. De hecho sin las
estaciones Deep Space que complementan el sistema de antenas instalado en
California y Australia, hubiera sido imposible seguir las misiones Apolo durante
las veinticuatro horas del día. Ese era un requisito tan imprescindible para la
seguridad humana como para no perder sondas o vehículos por no impartirles una
orden o realizarles una reparación a tiempo. Nuestra participación ha continuado
desde entonces, de forma silenciosa. Desde aquí transmitimos la señal en que el
comandante de la Apolo 13 pedía ayuda con la frase «OK, Houston, hemos tenido un
problema aquí». Los técnicos españoles no solo escuchaban, advirtieron cómo la
pérdida de oxígeno en la cabina conducía a la tripulación a un desastre.

Hablamos de la España de mediados y finales de los sesenta. Carreteras de dos
carriles, uno por sentido, a veces solo uno compartido, sin arcenes. A menudo
antiguos caminos de carros y caballerías que habían sido asfaltados sin variar
su trazado. Hay que decirlo. Si la llegada a la Luna se coronó sin contratiempos
gracias al seguimiento de las antenas ubicadas aquí, también fue gracias al
escaso tráfico y a la pura suerte. De lo contrario los accidentes de tráfico
hubieran dejado a la NASA sin operarios vivos con que continuar su labor.

Las carreras debieron ser todo un espectáculo, pues hasta los mohawk se detenían
en las alturas de las antenas en construcción para contemplar cómo llegaban los
técnicos en la distancia. Esta tribu originaria del norte de Nueva York y de su
límite con Canadá se hizo famosa por su habilidad en el soldado de acero en
rascacielos de Manhattan, a gran altura. La leyenda dice que no sentían el
vértigo, pero lo único cierto que hay en eso es que lo toleraban muy bien. Por
eso eran los únicos capaces de montar y realizar el mantenimiento de las enormes
antenas Deep Space.

Reunir en la España de mediados de los sesenta a doscientos setenta y siete
ingenieros cualificados no era un problema, pero que además supieran inglés se
convirtió en un obstáculo casi infranqueable. El idioma era imprescindible para
comunicarse con los estadounidenses, y la presión era tanta que el régimen
admitió el regreso de algunos hijos de exiliados republicanos. El diecisiete por
ciento del personal de la estación tuvo que venir de fuera en los inicios. Así
que no era cuestión de que se mataran tontamente por venir en coche a diario, y
compitiendo.

Madrid, tenemos un problema. El número de accidentes alertó a la NASA, que acabó
poniendo en marcha la primera campaña de seguridad vial de nuestro país. Fue en
1964, tan solo cuatro años antes de la primera que hizo oficialmente la Jefatura
Provincial de Tráfico, «Usted primero», protagonizada por un hombrecillo con
bigote, calcetines a rayas, y un potente coche de la época cuya velocidad lleva
al límite del cuentakilómetros. Lo mejor, el motorista fantasma que le sigue,
cabeza de calavera a la que solo falta el fuego a lo Marvel, aunque ese
personaje surgiría en la saga de cómic algo más tarde, en los setenta.

Otro problema, que nunca obtuvo solución, fueron los atascos. El personal de la
estación llegó a sumar cuatrocientas personas, y dado que el único acceso a los
vehículos se hacía con estándares de seguridad estrictos, debían pasar de uno en
uno y ordenadamente. Cada rally mañanero terminaba en un embotellamiento.

Aunque no todo fueron accidentes. José Manuel Pena, José Luis Gálvez, y Antonio
Cuevas, técnicos de la antena DSS 62 que operó las sondas Viking, acabaron
participando en competiciones nacionales de rally. Su ruta diaria les había
hecho especialmente hábiles al volante. Y dado el año en que esas sondas fueron
enviadas a Marte, el rally continuaba diez años después de la Mariner IV. La
misión con la que se estrenaron las antenas Deep Space españolas en 1964. Esa
sonda contenía una cinta magnética con 634KB de capacidad, menos de un mega,
donde albergó veinticuatro fotografías, las primeras del planeta rojo, cada una
de las cuales necesitó nueve horas para alcanzar la Tierra. Tomadas con la
primera cámara digital de la historia. Como tantas otras cosas, inventadas para
ir al espacio.

El seguimiento de señales y envío de órdenes no puede ser puesto en comparación
con la creación de naves y sondas, y la tecnología de cohetes que facilitó su
abandono de la atmósfera terrestre. Pero las contribuciones de la Deep Space, si
no decisivas, dieron el apoyo necesario para coronar el éxito. El aterrizaje del
módulo de la Apolo XI en la Luna se encontró con la sorpresa de que no estaban
en el mar de la Tranquilidad, donde alunizarían, sino en un terreno irregular y
muy peligroso. Las señales de guiado para orientarlos al punto concreto se
enviaron desde la península, coordinadas por los técnicos de la estación,
respondiendo a las órdenes recibidas desde el centro de control Tierra. Pese a
lo que a veces se ha afirmado, las famosas imágenes de vídeo retransmitidas por
televisión ya no pasaron por aquí. Se había transferido el control a las antenas
de California, respondiendo a la rotación terrestre, como se sigue haciendo para
mantener el contacto.

El trabajo de los técnicos españoles siempre ha sido silencioso, vigilar e
informar, y nunca intervenir directamente. La única ocasión en que se saltaron
esa norma fue el 24 de abril de 1972. El Apolo 16 llegaba de regreso desde la
Luna, y el comandante había hecho varias llamadas a Tierra sin respuesta. «This
is Casper, over!», repetido con cada vez mayor nerviosismo. Hasta cinco veces.
José Manuel Grandela, jefe de operaciones en ese momento, comprendiendo la
situación emocional del comandante, abrió el micrófono. «Casper, le habla
Madrid, estamos controlándolo todo desde aquí, no se preocupe, solo hay un
problema de comunicación con Houston que se resolverá muy pronto». En los
altavoces de la estación, como respuesta, resonó la voz del comandante. «Oh,
Madrid! Beautiful Madrid! Wonderful Madrid! Oustanding Madrid!».

Pero sin duda la mejor anécdota de esta carrera ocurrió hacia el final de las
misiones Apollo, poco antes de que estas se cancelaran, y que la NASA concediera
al INTA el control total de la Deep Space. Una súbita y muy infrecuente orden
llegó del director de comunicaciones de la NASA directamente a Luis Ruiz de
Gopegui, director de la MDSCC. Tenían que destruir la cinta de vídeo en que se
había recogido el acoplamiento de la Soyuz y la Apolo estadounidense. Ese
momento crucial que se considera final de la carrera espacial, cuando Estados
Unidos y la Unión Soviética comenzaron su colaboración en el espacio, en el
final de la Guerra Fría.

Qué tipo de secreto albergaba aquella cinta, y qué responsabilidad asumiría
Gopegui caso de destruirla. Posiblemente el gobierno español querría estar en
posesión del asunto, fuera cual fuera. El director pidió hablar con el ministro
responsable, que en aquellos momentos atendía una recepción de Franco en el
palacio de El Pardo. No fue fácil localizarlo. Y cuando por fin lo tuvo al
teléfono el ministro le contestó con un estilo muy de aquel régimen: «a ver
Luis, si a ti los americanos te piden que destruyas una cinta pues la destruyes
y punto, para qué coño me llamas».

La primera foto de la Tierra vista desde la Luna fue transmitida el 23 de agosto
de 1966 desde el Lunar Orbiter I al MDSCC de Robledo de Chavela. Imagen: NASA
(DP).

Habían transcurrido tres horas entre la petición de la NASA, la localización del
ministro y la respuesta, aprovechadas por el personal de la estación para ver la
cinta. Quienes la vieron estaban de acuerdo en que allí aparecía un ovni. Todos
salvo Gopegui. Un destello luminoso en forma circular moviéndose cerca de ambas
naves. Era eso lo que querían ocultar los americanos. El contacto evidente con
una presencia extraterrestre.

Mientras esperaba la respuesta del ministro Gopegui aprovechó también para
llamar a Houston, a fin de entretenerlos y dilatar el cumplimiento de su orden.
Quería una confirmación, y procuró preguntarle con mucha sutileza al director de
comunicación de la NASA porqué motivo querían destruirla. Un suspiro al otro
lado de la línea, y a continuación: «¿Vosotros la habéis escuchado? Pues
escuchadla».

Efectivamente. En el audio estaba la verdadera razón de que la cinta debiera
destruirse. El astronauta Deke Slayton, que viajaba a bordo, gritaba como un
energúmeno a sus colegas rusos: «Pero ¡hijos de perra! ¿es que no sois capaces
de mantener vuestro pájaro quieto?». El que además fue director de la NASA y
famoso por su mal carácter había perdido la poca paciencia que de por sí tenía
cuando los soviéticos fallaron varias veces en el intento de acoplamiento de la
Soyuz. Lo último que quería el gobierno estadounidense es que el grito se
filtrara a la prensa, echando por tierra todo el aparato diplomático creado para
colaborar con los rusos después de décadas de enfrentamiento. Slayton, por
cierto, se haría una foto minutos después en el interior de la Soyuz, muy
sonriente, junto al hijo de perra, el cosmonauta Alexei Leonov. Nada que
informar.

Tan evidente es la objetividad técnica de aquellos ingenieros españoles como que
la cultura pop les afectaba como a todos los demás. Ahí tenemos la mención a los
ovnis y algo aún mejor. Cuando se reagruparon las antenas, y la ubicada en
Fresnedilla se trasladó a Robledo de Chavela, a los recién llegados les llamaron
lagartos. Sinónimo de invasores, haciendo alusión a los lagartos de V, popular
serie televisiva de los ochenta donde los extraterrestres eran lagartos verdes
disfrazados muy hábilmente de humanos, venidos para invadirnos rodeados de una
estética fascistoide, pero del espacio exterior.

Hubo más fenómenos ovni detectados, aunque nunca hubo consenso entre el
personal, que oscilaba entre los tipo Mudler, I want to believe y los
escépticos. José Manuel Urech Ribera, director de la estación, fue de los
últimos. En su libro de memorias sobre la MSDCC recoge la orden directa desde
Estados Unidos para no investigar más uno de estos fenómenos no identificados.
Interpretando que la presencia extraterrestre eran en realidad interferencias de
satélites espía estadounidenses en órbita de cuya presencia ni ellos ni la NASA
eran informados.

Aunque en mi opinión la historia más insólita de todas es el motivo por el que
la Deep Space acabó aquí en España. Podría haber estado en cualquier punto del
meridiano, y de hecho el primer país que se barajó fue uno anglohablante,
Sudáfrica. Después Italia. Nosotros éramos solo la tercera opción. Oficialmente
la historia cuenta que el gobierno estadounidense buscaba un país en que se
pudiera confiar a largo plazo, políticamente estable. Sudáfrica era una bomba de
tiempo debido al apartheid. A los italianos en cambio, aliados desde después de
la Segunda Guerra Mundial, poco había que oponerles. Los técnicos NASA fueron
allí y aseguraron que en toda la península italiana no encontraron un solo punto
óptimo en que ubicar sus antenas.

La opinión que prevaleció fue la del JSL, Jet Propulsion Laboratory, verdadero
motor de los cohetes espaciales, y donde la ciencia española había hecho, muchos
años atrás, un amigo. Y menudo amigo.

Theodor von Kármán, el ingeniero y físico que mayores desarrollos obtuvo en
cohetes supersónicos e hipersónicos, y uno de los mayores impulsores y fundador
del JPL. Húngaro y judío, no hace falta explicar porqué se fue de su país al ver
el avance del nacionalsocialismo y sus ideas. Sus desarrollos en Estados Unidos
permitieron poner los primeros satélites en órbita, hicieron posible la
reentrada de naves en la atmósfera, y los primeros vuelos orbitales. Su trabajo
fue, en suma, fundamental para la conquista del espacio. Casi puede afirmarse
que él ganó la batalla tecnológica a los soviéticos.

Su otra pasión, además de la ciencia, fue su gusto por España y la amistad
trabada con Esteban Terradas, fundador del INTA, Instituto Nacional de Técnicas
Aeroespaciales, institución que hoy gestiona las Deep Space. Terradas,
interesado inicialmente en los descubrimientos y avances del húngaro, inició una
correspondencia epistolar e intercambio de impresiones que terminó en amistad.
Por eso al fundarse la OTAN y el grupo internacional de colaboradores
científicos que Von Kármán puso en marcha aprovechando el nacimiento de la
institución militar incluyó a algunos científicos españoles. El objetivo era
compartir conocimientos y desarrollos en común para la defensa, y Von Kármán
estaba más que convencido de la capacidad intelectual de la ingeniería y ciencia
españolas, y de las aportaciones que pudiesen hacer sus especialistas.

A la larga el científico húngaro desarrolló un gusto por viajar a España, y no
solo para visitar a colegas, sino por puro interés turístico. Fue nombrado
además doctor honoris causa por la Universidad de Sevilla. Y finalmente, apoyado
en el buen trabajo que habían hecho unas primeras antenas de seguimiento
espacial en Maspalomas, Islas Canarias, en la capacidad de los españoles, y en
su propia preferencia, recomendó a la NASA desde el JPL que buscara ubicación
para las Deep Space en España. Se barajó Sevilla y Madrid, y perdió el sur solo
porque la zona idónea estaba a dos horas de la capital andaluza, en vez de a
una. En coche y haciendo rallies, eso siempre, claro.

Desde entonces la estación MDSCC ha sido los ojos y oídos de la NASA en el
espacio, junto a las estaciones de Canberra y California. Hoy es la DS con más
antenas de las tres. Vigilando las misiones NASA desde un plácido valle de
montaña entre pinos, gneis y granito. Mirando al futuro de la misión Artemis que
devolverá al hombre a la Luna, esta vez un hombre de color y una mujer, al menos
eso son los planes. Un primer paso para la estación intermedia en la conquista
de Marte.

Pero según me contó el general Moisés Fernández, director actual del Deep Space
madrileño, sus ojos y oídos son sordos y ciegos. La precisión en el procesado de
datos y órdenes no les permite, por protocolo, tratarlos para saber qué
contienen. Ellos se enteran de lo que han recibido como todos los demás, cuando
la NASA hace pública su información. Es solo un detalle. Ambos coincidimos, al
final de nuestra entrevista, en una esperanza emocionante. Que la primera señal
espacial de vida extraterrestre, un fósil, una vieja bacteria marciana, toque
tierra primero aquí. «We’re not alone», Houston.

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